por Juan Manuel Otero Barrigón
(Prof. Adjunto Cátedra "Psicología de la Religión" - Universidad del Salvador, Buenos Aires)
Se habla mucho en estos tiempos de espiritualidad transreligiosa. Es decir, de una espiritualidad que no se identifica de manera exclusiva con una religión, y que aspira a recrear la vivencia y el sentir religiosos de manera libre, sin identificaciones confesionales rígidas. En tal sentido, el prefijo “trans” comúnmente se traduce como “a través de”, o a “más allá de”. Es decir, lo “transreligioso” como forma de trascender el estrecho marco impuesto, a menudo, por los dogmas y las instituciones. De este modo, es propio de la transreligiosidad la búsqueda del corazón mismo de la experiencia religiosa, rescatando lo sentido como más genuinamente auténtico, y prescindiendo de un envoltorio muchas veces considerado superficial y limitante.
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No obstante, la idea de una espiritualidad transreligiosa no debiera llevarnos a concluir rápidamente la caducidad de las tradiciones religiosas históricas, toda vez que estas, en tanto sistemas simbólicos orientados a tramitar la experiencia de lo Sagrado, son el resultado de larguísimos procesos socioculturales y espirituales de búsqueda, cuyos frutos reflejan la misma evolución de la Persona y de los grupos humanos, con todos sus avatares y claroscuros. Por otro lado, la misma noción implícita en la palabra religión, a la cual se pretende trascender, torna para algunos, algo conflictiva la idea de la transreligiosidad. Y esto por que religioso es, por definición, aquello que religa, que revincula al ser humano con el fundamento último de su propio origen. Es decir, la esencial y decisiva frontera de encuentro. No hay en este sentido , un “más allá” de lo religioso. Lo religioso es la dimensión misma del más allá, en el más acá. En realidad, al hablar de transreligiosidad, sus exponentes suelen apuntar a lo que la religión se entiende en su dimensión más exotérica e institucionalmente conocida. Lo cual es sólo una parte en la idea misma de religión.
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Toda tradición religiosa presenta dos grandes dimensiones, de las cuales una es muy perceptible, y comúnmente asociada, con nuestra idea habitual de “religión”; mientras la otra circula subterráneamente, exigiendo para su conocimiento, cierto ejercicio de buceo profundizador. Esta última dimensión, a la que llamaremos esotérica (como contracara de la dimensión exotérica por todos conocida) contiene realmente la savia que anima la existencia de las distintas tradiciones. Por esotérico, no entendemos aquí nada mágico ni oculto, sino aquello que “permanece preservado frente al riesgo de su vulgarización”. Es decir, un tesoro sumamente valioso, para cuyo acceso es necesario cierto esfuerzo de comprensión por parte del buscador, así como una disposición particular y especial en su actitud. Podemos aproximarnos a esta dimensión esotérica por distintos caminos, uno de los cuales, está representado en la llamada philosophia perennis de la cual supo hablarnos Gottfried Leibniz en el siglo XVI; y también más cercano en nuestro tiempo, el visionario filósofo Aldous Huxley, en una de sus óbras más ricas. Filosofía perenne que los hindúes ya conocían como Sanatana Dharma, y que estudiosos de las religiones comparadas contemporáneos, como Huston Smith, refirieron en términos de “Verdad Olvidada”. La tesis es que existe un cúmulo de principios, verdades y conocimientos comunes compartidos por todas las culturas, cristalizados en los distintos sistemas religiosos y espirituales que concibió la humanidad, y que condensan el factor inherente a todos los credos, más allá del tiempo y la geografía. Frente a este aspecto esotérico, la dimensión exotérica de la religión es una vestimenta histórico-cultural, capaz de exaltar las singularidades y diferencias entre las distintas tradiciones. Lo transreligioso es así, el punto de comunión donde lo exotérico pierde relevancia, y lo esotérico brilla como fuego vivificador. Un fuego que enciende nuevas búsquedas, e impulsa caminos donde los límites institucionales finalmente ceden. Un fuego donde la verdad sale al encuentro creando puentes, bajo la forma de un enorme abrazo.
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