El Alma de la Paz.
Juan Manuel Otero Barrigón (*)
En un mundo tan cansado de conflictos...
(¿estamos cansados de conflictos?)
...hablar de la paz puede parecer ingenuo.
O incluso provocar rechazo,
si se la confunde con sumisión,
o con quedarse al margen.
Como dijo el Papa Francisco:
“A veces, nada parece provocar más escándalo que la paz.”
Porque la paz verdadera no es una escapatoria.
Ni una estrategia para quedar bien.
Es una forma radical de habitar el mundo.
Un modo de amar sin querer controlar.
De resistir... sin destruir.
***
Desde la mirada de Jung,
la paz —cuando no es solo consigna o consuelo superficial—
es algo mucho más hondo.
Es una realidad arquetípica:
no solo un acto ético,
sino una imagen viva del alma.
Una experiencia que aparece
cuando el yo deja de pelear por ser el centro...
y algo más profundo toma el timón.
La paz es posible cuando logramos descentrarnos.
El arquetipo de la paz no niega los conflictos.
Permite mirarlos desde otro lugar.
No se identifica con la heroína o el héroe que levanta la espada,
sino con quien se anima a convertirla... en arado.
***
Martin Luther King Jr. enseñaba
que la no violencia, estrategia para alcanzar la paz,
no es quedarse quieto frente el mal.
Todo lo contrario:
es una resistencia activa, lúcida,
arraigada en la dignidad de todo ser humano.
No busca humillar,
sino tocar el corazón.
No lucha contra personas,
sino contra las fuerzas que enferman el alma:
la injusticia, el odio, la exclusión.
Esta paz no impone.
Revela.
No busca ganar.
Desarma la lógica del “yo gano y vos perdés”.
Su fuerza es subversiva:
desactiva el instinto de revancha
y lo convierte en presencia.
Es alquimia del alma:
convierte el plomo de la reacción automática
en el oro de la respuesta consciente.
Así lo enseñaron Buda, Jesús, Gandhi, Luther King,
Así lo enseñaron la Madre Teresa, el Papa Francisco...
Y así también lo enseñan, en silencio,
los gestos pequeños de quienes, día a día,
eligen no devolver golpe por golpe.
***
No hay paz verdadera si no asumimos primero nuestra guerra
interior.
No podemos construir hacia afuera
lo que negamos por dentro.
La sombra —eso que no queremos ver de nosotros mismos—
no desaparece con solo tener buenas intenciones.
La paz nos pide mirar de frente
incluso nuestras formas más íntimas de violencia.
Mirarlas con simpatía, como decía James Hillman.
No para justificarlas,
sino para comprender de dónde vienen.
Para escuchar su dolor.
Porque la paz no es lo mismo que la calma constante.
No es la represión del conflicto.
***
Si la convertimos en ideal vacío,
desconectado de la experiencia viva,
entonces se infla de buenas intenciones...
y luego vuelve... como síntoma.
Lo que no se reconoce —el enojo, el miedo, la ira, la
envidia—
no se disuelve.
Se manifiesta de forma distorsionada.
O se esconde.
O se proyecta.
Idealizar la paz podría sonar así:
“No debería haber
conflictos”... (aunque los haya).
“Tengo que ser calmo,
puro, impasible”... (aunque esté herido por dentro).
Los ideales inflados que se alejan demasiado del alma
pierden vitalidad psíquica.
Y se convierten en algo mortífero.
Ya que cuando no se arraigan en la experiencia concreta,
el alma se seca.
Y lo que parecía paz...
se vuelve algo muerto.
Porque el alma no soporta
los vacíos disfrazados de serenidad.
Entonces, eso que se reprimió… vuelve.
Como angustia sin motivo aparente.
Como falsa espiritualidad que teme el conflicto.
Como violencia proyectada:
“yo soy pacífico, los
violentos son ustedes”.
Pero la paz no es un edén sin conflictos.
Es una creación frágil, viva, siempre trabajosa.
***
Hoy, en el mundo, hay al menos cincuenta y siete guerras activas.
Algunas estallan con estruendo.
Otras se disfrazan de “operaciones de paz”.
En este contexto,
quienes buscan la reconciliación
son muchas veces señalados como débiles.
O incluso como traidores.
Pero —como dice el Papa Francisco—
no podemos rendirnos ante la retórica ni ante la psicosis de
la guerra.
Porque sí:
buscar la paz conlleva riesgos.
Pero el camino de las armas… siempre trae riesgos mayores.
La verdadera fuerza
no se basa en levantar muros ni en tener armas.
La verdadera fuerza
es poder sembrar paz…
incluso en tierra árida.
Es animarse al diálogo donde reina la desconfianza.
Es tratar al otro con la misma compasión
con la que quisiéramos ser tratados.
A veces me gusta imaginar la paz
como una figura andrógina, descalza,
caminando entre ruinas… sin levantar polvo.
O como un ciervo blanco,
que atraviesa el campo de batalla… sin ser tocado.
Su sola presencia cambia el plano.
No impone: transforma.
Desde un gesto silencioso, amoroso, descentrado.
Porque la transformación no nace de tener el control,
sino de estar dispuestos a soltar el centro.
Y entonces…
¿qué tan dispuestos estamos a descentrarnos?
***
Las religiones —cuando conectan con su fuente más profunda—
han sido guardianas de esta dimensión.
“Bienaventurados los
que trabajan por la paz”, dice el Evangelio,
“porque serán llamados
hijos de Dios.”
Y también nos habla el Salmo 23:
“El Señor es mi
pastor, nada me falta.
Me conduce hacia aguas
tranquilas,
repara mis fuerzas.
Me guía por senderos
de justicia…
por amor de su
nombre.”
Paz y justicia son hermanas.
No pueden separarse.
La paz que calla ante la injusticia… no es paz.
Es resignación.
O complicidad.
Y la justicia que nace del odio…
tarde o temprano se vuelve venganza.
***
Marshall Rosenberg decía
que el desafío es ser paz,
en un mundo que casi siempre está en guerra.
Una tarea inmensa.
Pero también cotidiana, imperfecta, y por eso mismo posible.
Y así deja pequeñas recomendaciones —que no son tan
pequeñas—:
vivir con alegría,
respetarnos y hacernos respetar,
no actuar desde la furia,
abrir el corazón a la reconciliación,
hacer las paces.
Con uno mismo.
Con el otro.
Con lo que está roto.
***
No negamos los conflictos.
No confundimos al agresor con el agredido.
Y tampoco somos neutrales.
Tomamos partido.
Tomamos partido por la paz.
Y sabemos que una paz real, duradera,
no se construye con amenazas ni con miedo.
No nace de la disuasión, ni del castigo.
Sino de economías que no maten.
De comunidades que no excluyan.
De corazones que no se cierren.
Porque —como dice la sabiduría antigua—
“lo que uno siembra…
eso cosechará.”
***
Tal vez estemos, como humanidad,
frente a una gran encrucijada.
Después de siglos dominados por el cálculo,
la competencia,
la lógica del “yo primero”,
es tiempo de dar un paso nuevo.
Un paso hacia una humanidad distinta:
solidaria, compasiva, interdependiente.
La encíclica Fratelli tutti nos recuerda
que el futuro no pertenece a los ladrones de esperanza,
sino a los pueblos que saben vivir como hermanos.
El futuro no se sostiene sobre la imposición,
sino sobre una autoridad
que se pone al servicio del bien común.
Después de la libertad y la igualdad,
que marcaron las aspiraciones de los siglos XIX y XX,
la fraternidad es el gran desafío del siglo XXI.
No como ideal abstracto.
Sino como forma concreta de vivir.
De convivir.
De cuidar lo común.
El futuro no puede ser solo del homo sapiens.
Hace falta dar un salto.
Un salto que nos acerque al homo frater.
Ya no basta con saber.
Ni con sobrevivir.
Necesitamos el arte del cuidado mutuo.
De la ternura sin ingenuidad.
De la fortaleza que no destruya.
La paz, entonces, no es un punto de llegada.
Es una forma de caminar.
Cultivada paso a paso,
al otro lado del conflicto.
Con ternura activa.
Con persistencia amorosa.
Con la firme decisión de quienes creen
que otra humanidad no solo es necesaria…
sino posible.
***
Hoy, mientras caminamos el Jubileo de la Esperanza,
el llamado a la paz vuelve a sonar.
Con urgencia.
Con fuerza antigua y nueva.
No como nostalgia de un mundo sin disputas.
Sino como tarea sagrada que nos compromete…
aquí y ahora.
Porque la esperanza, como la paz,
no es pasividad.
Es un acto creador.
Nos llama a levantar lo que cayó,
a encender lo que se apagó,
a cuidar lo que aún late.
Ojalá este Jubileo no sea solo un paréntesis piadoso.
Sino el pulso real de una humanidad que,
aun entre ruinas,
se atreva a creer,
a sanar,
a empezar de nuevo.
Y ojalá todos, alguna vez, podamos decir:
“Tu paz es mi mejor
regalo…
y solo te pido que sea
duradero”.
Mayo, 2025
(*) El trabajo fue presentado en la Mesa Redonda "Formación de líderes comunitarios por la Paz", celebrada el Viernes 23 de Mayo en la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador. El evento contó con la participación de distintos expositores.